EL PIMPOLLAR DE LA GENERACIÓN DE LOS 60-70
Con el único interés de mantener el recuerdo de aquellos veranos
interminables de nuestra infancia, quiero compartir con todos vosotros mis recuerdos
y vivencias, que fueron las de muchos más junto con las mías, de unos años
maravillosos que dejaron una marca inolvidable en mi/nuestras vidas.
Todo empieza con nuestros padres, que tras enamorarse de una zona de la
sierra oeste de Madrid, allá donde acaba la “provincia”, puesto que el límite
entre las provincias de Madrid y Ávila está determinado por el río Cofio,
decidieron, unos hacerse una casita típica de la sierra de Madrid, y otros,
verano tras verano montando sus tiendas de campaña en el "pinar"
hasta que decidían aposentarse definitivamente en la Colonia.
Aquellas casitas diseminadas entre un floreciente bosque de pimpollos
jóvenes y con la idea de tener una segunda vivienda para vacaciones y fines de
semana fueron el origen de lo que hoy es una pedanía del Ayuntamiento de Santa
María de la Alameda con una población fija cada
vez más importante gracias a la cercanía de Madrid y las buenas
comunicaciones por carretera y ferrocarril y una población “itinerante”
fundamentalmente de fines de semana y vacaciones que crece de año en año.
EL VERANO: libertad
EL INICIO DEL VERANO
¿Quién en su sano juicio no estaba deseando que acabara el colegio para
coger el tren y poder pasar todo un largo verano rodeados de naturaleza?.
Pues eso es lo que nosotros esperábamos, que llegaran esos tres meses en
los que nuestros padres cargaban con un millón de maletas, trastos “para la
sierra”, al perro y a los niños y llegar a la casa o tienda de campaña y que
nos soltaran al monte, porque eso era lo que pasaba, que nuestra casa era el
rio, el monte, la urbanización (toda entera era nuestra..), el tren, etc
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LAS PANDILLAS: nexo de unión de
la juventud del Pimpollar
LAS
PANDILLAS
No nos hacía falta ni ordenadores, ni game boys, ni nintendos… nada más
que nuestra imaginación y lo más importante: LA PANDILLA.
La infancia de todos nosotros estaba ligada a la pandilla, ese grupo
heterogéneo de chavales y chavalas que nos juntábamos al terminar de desayunar
hasta la comida, después de la siesta hasta la cena y por las noches, pues eso,
hasta que nos echaban el lazo y nos obligaban a ir a casa de nuevo.
Esas pandillas han sobrevivido hasta el día de hoy, los vínculos que
forjamos fueron enormes gracias a todas las vivencias de aquellos veranos,
tanto que ¿quién no tiene en su familia un matrimonio forjado dentro de esas
pandillas?
Las pandillas de los “mayores” (intocables, por supuesto), los “nuestros”
y la de los “pequeños” (que por supuestísimo no podían ir con ninguna de las
otras), pero ojo, que NADIE diera problemas a ninguno, porque todos estábamos
allí para defender a “los nuestros”.
Éramos varios grupos, siempre “enfrentados” por las competiciones
deportivas de las fiestas, pero con el mismo fin, nobleza entre nosotros y
disfrutar de todo los que nos proporcionaba el conjunto de la naturaleza que
teníamos a nuestro alrededor y como no, las fiestas de La Paloma, organizadas
por nosotros y para nosotros.
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EL RÍO: Mañanas y tardes a
remojo. Agua de vida y solaz.
EL RÍO
Iniciamos nuestras andaduras de la mano de nuestros padres, algunos casi
naciendo allí y otros a muy corta edad.
En el rio, bueno debiera poner RIO, con señoras mayúsculas, pues fue el
origen de todo para nosotros, los juegos, la pesca, las ranas y renacuajos, las
horas y horas que podíamos estar bañándonos en sus pozas (el Risco, la del
Puente Recondo, la Honda, el molino y otras como la del Cisne, el Recodo o el
Gran Capitán, nombres “familiares”), o simplemente recorriendo sus orillas, haciendo
vías de piedra en piedra “sin tocar el agua” e incluso atreviéndonos a
internarnos en el Cañón, cosa siempre de mayores y con mucho riesgo…
Bueno riesgo sí que teníamos; cuando hoy en día vuelvo a aquellas pozas
(la nuestra era la del risco, por supuesto) y recuerdo aquellas barbaridades
que se hacían ni me atrevo a decirles a mis hijos desde donde me tiraba, no
vaya a ser que me digan aquello de “y a nosotros nos dices que tengamos
cuidado, ¿no?” o aquellas veces, cuando no sabíamos todavía nadar y al tirarnos
dejábamos atrás los flotadores…NIÑOS, eso éramos.
En él empezamos a hacernos independientes, a disfrutar de la libertad. Al
principio acompañados de los padres mientras que estos lavaban la ropa (no
había agua corriente en las casas) o se bañaban también. Más adelante, ya más
mayorcitos nos separábamos de ellos siempre vigilados y ya de mayores nos
dejaban hacer más o menos a nuestro aire.... El sentido de la responsabilidad
de esas áreas del rio que eran las nuestras, cuidándolas, limpiándolas y
haciendo verdaderas obras de ingeniería con presas hechas con piedras y algas
para hacer que subiera el nivel del agua de la poza, limpiando de piedras,
ramas y restos de cristales y basura del fondo y de los alrededores para
mejorar el baño en ellas.
Hasta que un año, de un día para otro, empezamos a ver los peces muertos,
las orillas llenas de cieno y el agua tan sucia y contaminada que los pocos
valientes que se metieron dentro tuvieron que ir al médico con infecciones. Nos
quedamos sin río tras unos vertidos de las vaquerías de las Navas.
Desaparecieron las pozas de siempre, llenas de lodo y contaminadas,
desaparecieron los peces, las ranas y todo aquello que nos llamaba de nuestro
antiguo rio, pero nos dio igual porque seguimos río arriba, acondicionamos el
río más arriba del arroyo de “los patos”, vamos el que viene de las Navas del
Marqués y en el que desaguaban todas sus vaquerías, volvimos a tener nuevas
pozas y nuestro divertimento, pero ya no volvió a ser lo mismo. Todo esto
sumado a que nos hacíamos mayores…, que empezábamos a estudiar fuerte, a
trabajar… novias, los gustos cambiaban y las posibilidades de ocio se
multiplicaban. El río dejaba de ser interesante para nosotros, para nuestra
generación.
Aunque hoy en día el Cofio vuelve a ser utilizable para el baño, todos
esos años que no se pudo usar, provocó que nosotros, que tanto habíamos
trabajado en la limpieza y acondicionamiento de las pozas y que tanto lo
disfrutamos, lo abandonáramos y lo peor es que lo dejamos olvidado por nosotros
llevando ese olvido a nuestros hijos.
Hoy en día hay poca gente que lo utiliza, cada casa tiene su piscina y
nosotros, nuestros hijos y nietos, no salimos de las parcelas (¡para qué, si
dentro tengo de todo lo que hace falta!).
El Cofio fue, es y será una fuente inagotable de salud y de bienestar. Es
un verdadero placer seguir paseando por sus márgenes, poder bañarse y disfrutar
de sus frías aguas, de sus pozas, de su fauna y flora. Han vuelto las truchas, las ranas y renacuajos,
hasta tritones he visto y aunque las pozas no estén “arregladas” siguen estando
allí y con un poco, muy poco interés que pusiéramos en ellas, volveríamos a
tener ese punto de encuentro entre jóvenes y no tan jóvenes y conseguir la
convivencia que falta, o yo creo que falta en nuestro Pimpollar
Nos muestra una pizarra de posibles enseñanzas para nuestros hijos, no
solo de la naturaleza que engloba, más importante es que podamos compartir con
ellos todo aquello que nosotros vivimos y que puedan disfrutar con nosotros
para que puedan hacer lo propio con sus hijos
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EL MONTE: La naturaleza en su
máxima expresión
EL MONTE
Hablar del monte en el Pimpo es hablar del Pimpo mismo. El Pimpo era EL
MONTE.
Estamos emplazados DENTRO de un pinar, que se extiende sobre todo en
dirección Ávila (al otro lado del Cofio). La zona hacia Santa María y la
Estación sin embargo no tiene bosque, tan solo contaba con antiguos sembrados
de cereales y algún enebro duro de roer que quedó vivo después de la guerra
civil.
Hoy en día aquellos pimpollos nuevos y las zonas de enebros se han convertido
en pinos resineros adultos y unas zonas con una muy buena población de enebros
jóvenes pero de buena talla.
Las oportunidades que nos ofrecían sus alrededores eran inmensos:
nuestras marchas por los montes y por las zonas de trincheras de la guerra. Al
principio llevados por nuestros padres y familiares y luego ya de mayorcitos,
solos.
¿Y esos níscalos en Octubre?, anda que no hemos hecho kilómetros andando
busca que te busca entre las jaras y la pinocha buscando níscalos, año tras año
luciendo nuestras “capturas” entre los parroquianos pimpolleros.
¿Quién no ha subido a la Atalaya?, ese monte dominante, visible desde
cualquier parte del Pimpo, o ha subido a Navalespino o Santa María pueblo, o las
excursiones a lo que llamábamos el punto de mira (en realidad se llama PeñaRubia, por cierto, todavía pertenece a la provincia de Madrid).
Los que por suerte tuvimos familiares que les gustaba la caza podíamos
disfrutar de unos amaneceres fabulosos en medio de los pinares, recorriendo los
alrededores de las canteras de granito en dirección a las Navas o el arroyo que
baja de las Navas, subiendo a la Atalaya, por los montes a Navalespino y por la
vertiente del Cofio…Inolvidables mañanas no ya por la caza en sí, que podemos
estar o no a favor, sino porque nos brindaba despertarnos al alba, desayunar un
buen bocadillo a la sombra de un pino, conocer donde estaban todas las fuentes
donde se podía beber un poco de agua y disfrutar de la naturaleza, ir
descubriendo la fauna y la flora de nuestros alrededores y aunque en nuestros (en mi caso mis)
comienzos éramos verdaderos depredadores, todo esto, con la edad, me ayudó a
entender y a respetar a esas especies animales que tanto faltan en nuestros
bosques, a intentar protegerlos y a enseñar a los nuestros ese respeto que la
naturaleza se merece.
EL TREN
Otro punto de inflexión importante fue el tren en su conjunto.
Las vías del tren de la línea noroeste circunvala todo el pimpollar,
haciendo que tanto las vías como los trenes formen otra de las pautas
determinantes de nuestras vivencias y mucho más aún cuando se hizo el apeadero.
Antes de su construcción íbamos en tren hasta la estación de Santa María y luego
andando hasta el pimpo, todos cargados de bultos y el perro, luego llegó el
apeadero y los coches. A partir de entonces éste fue otro de los puntos
importante para nuestras vivencias en el Pimpo.
¿Dónde quedábamos siempre? Pues donde va a ser, en el apeadero, nuestro
punto de encuentro de charla, música y cachondeo general. Fueron horas y horas
sentados en el banco del apeadero, en los andenes de las vías o haciendo el
zángano, porque hacer, hacer, es que no hacíamos nada en particular…Ver pasar
los trenes era (es) algo espectacular que nos llamaba a todos y el apeadero nos
ofrecía un techado mínimo que nos cobijaba y además era el final del paseo del
Pimpo para los mayores, todos calle principal arriba y abajo desde el Bar el
Sotanillo hasta allí.
¿Por dónde íbamos a la Estación? Pues por las vías, sí muchas veces por
encima de las vías, a ver quién se caía menos en el trayecto a la Estación y
vaya si lo conseguimos y varias veces.
Las excursiones hacia las Navas o hacia Robledo, por supuesto por las
vías, incluso por dentro de los túneles, con sustos incluidos. No sé si alguno
de los implicados leerá esto, no sé si vosotros os acordaréis, pero yo, vamos,
perfectamente de aquella salida a
Robledo, que a la ida nos encontramos de cara un tren en medio del túnel…susto,
no, fue mucho más que eso, vamos que a dos de nosotros nos dio el tiempo justo
para tirarnos al suelo y lograr que el tren pasara por encima sin que nos
rozara…A partir de entonces se nos quitaron las ganas de tunelcitos para los
restos.
Las veces que entrábamos en el puente Recondo (si, por dentro está hueco,
como todos los puentes de la época, para poder hacer las obras de mantenimiento
y revisiones necesarias) aprovechando que tenía las puertas de la entrada
abiertas antes de que las tapiaran para que no entrásemos.
Era el reloj que teníamos para volver del río (cuando pasaba el TER por
el puente Recondo, a las 13.40h.).
Hoy en día el edificio del apeadero está en unas condiciones pésimas, le
faltan hasta los azulejos y no se cuida ni por parte de los pimpolleros ni por
la RENFE. Prácticamente no se utiliza, los usuarios son mínimos y quitando la
gente que vive el Pimpo, algún excursionista
y alguno que todavía disfrutamos de esos recorridos en tren que nos
llevan a nuestra niñez, no suele ser utilizado por casi nadie más. En parte es
algo lógico teniendo en cuenta que la Estación de Santa María está a menos de
dos kilómetros y las carreteras están en un excelente estado. Todos utilizamos
el coche ya. Cada vez hay menos trenes y en unos horarios que parece que los
han hecho aposta para que no sean interesantes para el público en general,
sobre todo en los fines de semana.
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LAS FIESTAS: actividades sin
fin, las competiciones de nuestros veranos, motor social del Pimpollar
FIESTAS DE AGOSTO
LA PLAZA
Cada año, con el comienzo de las vacaciones, iniciábamos el montaje de
nuestras fiestas. Si, digo bien NUESTRAS ya que la “juventud” nos juntábamos y
preparábamos todo, las competiciones
deportivas “importantísimas” a las que
no podía faltar nunca esas pandillas que hacían sus equipos (Globers vs
Pirilas….) y las rivalidades que conllevaba el tema aunque los enfrentamientos
siempre finalizaban en el campo de juego.
Lo extraño es que el deporte rey no era el fútbol, exceptuando el partido
de solteros contra casados, mucha más importancia tenía el baloncesto y el
boley. Aunque sobre todo este último pudiera ser extraño, un año vino un nuevo…
(Simón) que había jugado en su tierra, nos lo enseñó, lo probamos y quedó instaurado en las
fiestas. Cuantas uñas rotas, dedos
dislocados y faltas nuevas en boley (tetdobles…).
Nos encargábamos del montaje del alumbrado y la decoración de la plaza,
éramos los pinchadiscos, actuábamos en el teatro y en las elecciones de miss y
mister Pimpollar y lo mejor es que todo era
un juego en común, divertido y positivo.
Eran tan importantes para nosotros que en los quince días que duraban, ni
el río, ni el monte, ni nada era capaz de superarlas.
Como juegos de cartas, el insuperable era el mus. No podía faltar una buena
partida por la tarde en cualquiera de los CINCO bares que teníamos, el de
Miguel (bar el Pino), el Sotanillo, el Jabalí, Román y por la tarde y noche el
bar de la plaza abierto solo para las fiestas y que solía estar dirigido por
algún grupo de chavales que se lo curraban para sacarse un dinerillo para el
resto del verano, ahora solo sobrevive uno y ya veremos hasta cuándo.
END
Todo esto viene a que a mis muchos años ya, quería dejar esta pequeña
muestra de mis recuerdos y poder compartir con todos los que lo lean, sean
pimpolleros o no (si en vez del Pimpollar ponemos cualquier otro nombre de
cualquier otro pueblo, podríamos extrapolar estas vivencias, estos recuerdos a
cualquier otra persona y lugar) y dejar por escrito todo aquello que sale en
nuestras charlas de hoy en día, que invariablemente comentamos en todas las
reuniones, barbacoas, cumpleaños, etc.
Me gustaría que cualquiera que le apetezca poner sus recuerdos, o
contradecir mis opiniones, algo perfectamente válido y aceptable, tenga aquí un
medio para poderlo hacer.
Que sea otra posibilidad de intercambio de ideas y acercamiento de todos
los que lo pudimos vivir, que la distancia y el alejamiento que la vida nos ha
deparado, no sea óbice para que el Pimpo no deje de ser aquel sitio maravilloso
que permanece en nuestros recuerdos y este medio sea otro nexo de unión de
todos los que sigamos yendo, los que solo lo hacemos puntualmente y los que ya
no vamos.
Para todos, un abrazo muy fuerte. En nuestra memoria permaneceremos.